2 de julio de 2011

Primeros días en Tokio

Estoy un poco cansada ya, pero hago un esfuerzo por vosotros, que sé que estáis deseando saber más cosas de mi viaje.

Creo que en dos días que llevamos aquí ya nos hemos perdido mil veces, encima nos cuesta entender las explicaciones de la gente (que te ofrecen amablemente, por supuesto) porque parece que se nos ha olvidado todo el japonés que hemos aprendido hasta ahora. Eso sí, mira que suspendí el C1, pero aquí estoy practicando bastante inglés, me decían que casi nadie lo hablaba (dicho por mi compañera de piso, que es japonesa, para que conste en acta), pero en todos los sitios donde necesitas que te informen, siempre hay alguien que sabe inglés, lo cual es un alivio.

Nos despertamos hoy en el hotel muy pronto, por haber dormido poco y mal (jet-lag? nervios?), así que ya estábamos a primera hora en la oficina donde nos daban las llaves del apartamento donde nos quedamos este mes. Una chica que hablaba un eigo estupendo nos hizo leer y firmar miles de papeles, que sólo nos quedamos un mes! No me puedo creer que tengamos que hacer los mismos trámites que si nos quedáramos un año... Tras acordarlo todo y pagar el correspondiente alquiler, nos fuimos hacia el apartamento, que estaba un poco lejos de allí. Por fin cogimos el primer tren para mezclarnos con los habitantes de ojos rasgados, lo mismo visto desde lejos ayer mismo parecía una película. Y se cumple lo que siempre se lee por internet: hacen cola para entrar al tren, van todos mirando los móviles, calladitos... Muy japoneses ellos. Por cierto, hablando de estudios sociológicos, por ahora nos parece que muchas japonesas están demasiado delgadas, llevan ropa quizá un pelín escasa y unos taconazos que parecen velocirraptores (como diría mi hermana). Lo de la ropa lo comprendo porque aquí a pesar de no tener una temperatura tan alta, hay una humedad que supera los umbrales de lo soportable por el ser humano, todo el día sudando y pegajosa, sales de la ducha y comienza el ciclo otra vez, este clima es bastante agobiante.

Sigo que empiezo a divagar y ya no hay quien me pare. Llegamos mapa en mano al apartamento (y gracias a una señora muy maja que nos vio como dos pingüinos en un garaje), es un poco cutrecillo, pero para un mes no me quejo, además la zona donde están las camas nos parece más grande de lo que pensábamos.


Una lavadora por habitación que dentro no caben.

Lo de la derecha es un futón.
 
Justo después de inspeccionar el piso fuimos a hacer la compra, pero eso os lo cuento en otro post, que se lo merece.
Después de comer decidimos ir a echar un vistazo al camino hasta la academia (son 40 minutazos andando) y nos hemos perdido más que nunca, pero al final con nuestra intuición y la ayuda de una pareja muy amable, logramos encontrar la escuela por otro camino, al volver parecía que lleváramos toda la vida viviendo aquí (no me lo creo ni yo). Por cierto, de casualidad nos encontramos unos templos, pero no sabemos qué nombre tienen ni nada, tendremos que investigar.



Y yo lo dejo ya que veo las teclas borrosas y no responden correctamente los dedos a los estímulos nerviosos que envía el cerebro, además uno que yo me sé ya hace rato que está roncando.  Mañana seguro que improvisamos una bonita excursión. Oyasumi!

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